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(h)adas y (h)ados

Las (h)adas de Remedios Zafra crean, programan, prosumen y teclean. Gestionan la fuerza de la creatividad que a veces es de domesticación, otras de emancipación, y casi siempre (añado yo) de transformación. Luchan por un tiempo propio que les permita hacer de su aficción un modo de vida, y luchan igualmente contra un hacer estructuralmente urdido que sigue sentenciando. Las (h)adas crean, trabajan y transforman en el espacio doméstico, y utilizan la tecnología y las máquinas para el ocio y el trabajo, y también (añado yo) para el activismo, consciente o inconsciente.

Los (h)ados son pequeños seres alados, o grandes personas reales, que en algún momento nos hacen mirar atrás y recordar los sueños y aspiraciones del pasado, proyectos de vida que ni siquiera llegaron a ser imaginados pero que eran los nuestros. Siempre se vuelve a lo que pudo haber sido.

Y resulta que las (h)adas y los (h)ados se han cruzado en mi aquí y ahora para recordarme, que de niña, mi tiempo propio era empleado en imaginar y leer historias; que un poco más mayor me entretenía en jugar con las palabras y crear pequeñas historias hoy perdidas; y que de joven un día quise hacer del teclear vidas e ideas mi forma de vida. Y en un momento indefinido, igualmente en mi juventud lo que se esperaba de mí se engulló a lo que yo deseaba de mí misma.

Leo a Remedios Zafra y me leo a mí misma como un (h)ada más; que teclea en un rinconcito de su casa, usando la tecnología para crear y relacionarse, con difusas fronteras entre el ocio, el trabajo y la actividad política, luchando por recuperar mi tiempo propio reducido a cero en los últimos años por la hebra matrimonio, embarazos y crianza. Soy consciente de las limitaciones estructurales, mentales e identitarias que me condicionan e intento sacudirme una generalidad que no me reduzca ni me aplaste mientras que todas estas circunstancias se convierten en el sentido de mi lucha política que vindica, sí, la libertad y la “posibilidad” de elegir una misma.

Que la expresión de tu creatividad, principal producto de tu trabajo y herramienta de acción política sean las palabras, hace que las ideas y la acción fluyan libre, y casi anárquicamente, por estas áreas que suelen estar nítidamente separadas por tiempos, espacios y actividades. Mi identidad basada en el hacer, es más líquida que nunca e impregna mi espacio y mi tiempo de ocio, trabajo y participación.

El qué escribo, para qué lo escribo y con quién lo comparto es lo más cerca que estoy de diferenciar y diferenciarme en lo que hago mientras tecleo. Me busco y no siempre me encuentro en mi cuarto interconectado o en el uso de mi tiempo propio. Intento discernir si la fuerza de creación de las palabras es de domesticación o de emancipación, si me lleva allí dónde quiero ir o si me hace plegarme y adaptarme hasta caber en ese lugar, que alguien o algo que no soy yo, me ha reservado en el mundo.

Me gustaría que mi fuerza creadora sea de transformación del (mi) mundo. Aspiro a transformarlo evitando jaulas, etiquetas y responsabilidades no deseadas. Deseo hacer(me) entender que no hay más normas y límites que las que una (yo) esté dispuesta a aceptar. Acepto y entiendo que hacer y ser se conjugan conjuntamente, somos lo que hacemos y no lo que queremos.

Porque, a amar a ser libres también se aprende.

NOTALa cursiva son términos o expresiones de Remedios Zafra que aparecen en (h)adas. Mujeres que crean, programan, prosumen, teclean (Páginas de Espuma). Estas reflexiones surgen tras la lectura de la primera parte del libro, El Sonido (de las máquinas) del tiempo propio, que aunque enfocado hacia la tecnología y el género, es lo más brillante que he leído sobre nuestras no-libres decisiones de proyectos de vida. Bueno, y también surgen de la obligada mirada atrás que me han impuesto los (h)ados.

Naturaleza muerta con pájaro carpintero

naturaleza-muerta-con-pajaro-carpinteroCreo que un buen libro lo es, además de por serlo, porque es leido en el momento preciso de la existencia de la persona que lo lee. Aunque abordar la “la irresoluble diatriba entre el individualismo romántico y el compromiso social” a través de la historia de amor de una princesa en el exilio y de un proscrito del sistema adicto a los explosivos, parezca una locura, el esperpento de la historia y el talento de Tom Robbins han conseguido detener mis reflexiones en el amor y la ecología, más allá de lo que el continuo bombardeo de ideas consiguen últimamente.

Aunque en esta etapa de mi vida mire con desconfianza e incredulidad el idealismo romántico, y trate de buscar un idealismo social que me permita sobrevivir en esta socidad desarrollista, posmoderna, hipócrita y carente de sentido trascendental; creo entrever que el fondo del conflicto es lo que parece una elección forzosa en la vida de todo ser humano: felicidad individual o bien común. Esta elección tan irracional como ilógica lo mismo sirve para justificar una guerra o el desmantelamiento del Estado del Bienestar, que nuestros hábitos de consumo. Y sea lo que sea lo que prevalezca en nuestras decisiones como justificación funciona bastante bien, tanto que nos la hemos creido a pesar de una doble contradicción: si el bien común no puede por sí solo asegurar la felicidad individual, igual no es tan común como quieren hacernos creer; y si la felicidad individual es incompatible por definición con el bien común o tenemos que redefinir el concepto de felicidad o el del bien común.

La princesa Leigh-Cheri encontró la felicidad en el amor perfecto de un pelirrojo renegado, y resultó incompatible con su lucha social. A pesar de que la Remington SL3 y las setas que formaron parte del proceso creativo de la historia trataron de reconciliar el amor con la lucha social (“La ecología es amor”) ella decidió hacer todo lo posible para que el amor durarara. La respuesta a esta elección la tienen las matemáticas: la energía que tenemos que invertir en nuestra felicidad individual hemos de detraerla necesariamente de nuestra contribución al bien común. ¿Necesariamente?

Hay personas cuya felicidad reside en una vida militante dedicada al cambio social, ecológico o político, en este caso no hay ecuación, sino ecuanimidad en la decisión sobre donde invertir energías. El resto jugamos con ambas variables, felicidad individual y bien común, en función de nuestros valores, preocupaciones, prioridades y momentos vitales. Idealmente parte de nuestra felicidad debería depender de contribuir al bien común, tanto en positivo como en negativo, pero eso es parte la definición de felicidad que cada persona debe hacer libremente y en conciencia (quien la tenga claro). Y eso es jodidamente difícil, porque no nos enseñan ni a oirnos a nosotras mismas, ni a vernos como parte de ese bien común, cuyo desarrollo y bienestar influyen y determinan nuestra felicidad individual. Por supuesto, no todo es culpa de nuestra educación, a veces simplemente no queremos plantearnos la realidad que tenemos delante.